En 1952 yo tenía 8 años. Un noche que yo estaba mala de la garganta con anginas, me desperté por la noche porque me estaba asfixiando. Tenía mucha fiebre. Quería llamar a mis padres pero no podía, así que con la zapatilla golpee el suelo hasta que vino mi padre. Mi padre mandó rápidamente a alguien a caballo a Puentenansa donde estaba el médico.
Don Matías (que creo que él también por aquellos años andaba en caballo) vino de madrugada porque la cosa era grave. Mandó comprar una hoja de afeitar en la tienda de Severino. Después, tres mujeres me sentaron en una silla del cuarto de mis padres y, siguiendo las ordenes de don Matías, me sujetaron a la silla con tres sábanas: una en el pecho bajo los brazos, otra por la cintura y otra sujetando las piernas.
El doctor, con su sangre fría, me hizo un corte con la cuchilla por debajo de la barbilla. Las anginas estaban muy inflamadas. Salió sangre y mucho pus. Después de tantos años aún puedo sentir el dolor y el sabor del pus en la boca. Recuerdo a mis padres llorando.
Después de envolverme el cuello con toallas me llevaron hasta El Arrudo en un carro. Allí cogimos la linea hasta Pesués y desde allí el tren a Santander. Casi un día de trayecto. El médico me había taponado la garganta para que no me fuese en sangre. En Valdecilla me esperaban mis tías para las primeras curas. Me quedé en Santander porque cada día tenían que sacarme las gasas de la herida y meterme otras. Todo sin anestesia. Siempre iba a las curas llorando cuando pensaba en el daño que me iban a hacer, pero después me compraban helado para cicatrizar la herida y ya no me dolía nada.
Años después, en los muchos años que estuve viviendo en Barcelona, algunos médicos veían la cicatriz y me preguntaban qué me había pasado en el cuello, y cuando les explicaba lo que ocurrió, me decían que de esos médicos quedaban pocos y se asombraban de que no le temblara la mano para cortar solo lo necesario.
Hace unos 30 años, estábamos en la Casa de Cantabria de Barcelona y vinieron dos hombres preguntando por mi para que les contara esta historia. Eran dos hijos de don Matías. Creo que uno era cardiólogo y el otro era pediatra. Vivían en Barcelona y querían que les contara lo valiente que fue su padre. Cuánto sufrí entonces, pero sigo viva gracias a don Matías.
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