Mis padres tuvieron una vida muy dura. Trabajaron mucho para sacarnos adelante. Fuimos cinco hermanos, de los que aún vivimos dos.
Por los años 50, me acuerdo que teníamos un “cerrao” con cuadra, “prao”, huerto, frutales, cinco vacas, una mula y un burro. Los días que no íbamos a la escuela nos bajábamos al “cerrao” de la vega con la comida, y allí pasábamos todo el día trabajando. Por la tarde regresábamos a casa y nos dejaban salir a jugar un poco con los demás crios del pueblo. Luego cenábamos... y a la cama.
Recuerdo a mi padre en un rincón de la cocina, sentado junto a un tronco de madera donde les hacía sandalias de cuero a mis hermanos; también remendaba cacharros y con los botes de tomate vacíos nos hacía tanques para tomar la leche. Mi madre bastante tenía con arreglar la casa, lavar y coser. Yo le ayudaba para aprender.
Durante un tiempo mis padres cogían un carro y la mula y se marchaban a las fiestas. Mi madre ponía un puesto y vendía caramelos y algún juguete. Y mi padre se inventó una caseta de tiro que se llamaba "El Avión". Consistía en un cajón pequeño que lo sujetaba en alto. El cajón tenía unas puertas con una diana que cuando acertaban con la escopeta de perdigones se abría y caía un avión que tenía un petardo en el morro. Bajaba por un alambre hasta el suelo y allí estallaba. No recuerdo lo que cobraba por cada tiro, pero los premios solían ser caramelos, tabaco, juguetes.
En algunas fiestas no venían a dormir porque se quedaban a las verbenas. Entonces nos cuidaban mis dos hermanos mayores o los vecinos.En otro tiempo mis padres pusieron una taberna. Mis hermanos iban por los pueblos a vender comestibles con el burro y la mula. Yo solía ir a pie por el monte hasta Camijanes a repartir el pan en con un saco. También íbamos a Cades, Otero y Casamaría. También llevábamos comida cocinada a los que plantaban el monte, o también recuerdo, cuando tenía unos 12 años, que le llevábamos la comida a la Guardia Civil, cuando estuvieron acampados en el Prao de Ribota. Eran 4. Estaban allí vigilando a Juanín y Bedoya hasta que murieron.
A los 14 años mis padres me mandaron a Barcelona con una tía. Mi padre me acompañó hasa Camijanes donde me esperaba un matrimonio que me llevaría con ellos. Recuerdo que el camino hasta que llegué a Camijanes, mi padre me daba consejos de lo que no tenía que hacer, como robar en las casas o coger caramelos, porque decían que podían tener drogas.
No se me olvidará que se echó a llorar diciéndome que no querían echarme de casa, que lo hacían por mi bien. Mis hermanos también terminaron yéndose del pueblo y a todos nos fue bien.
Gracias papás.
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