Eran los años sesenta. Yo vivía en un pueblo dondelas diversiones para unas adolescentes eran escasas, sobre todo cuando llegaba el invierno, así que lo único que nos quedaba por hacer era salir a pasear los domingos por la tarde.
Solía quedar con mis amigas a las 4 de la tarde en la plaza del pueblo para iniciar el paseo. El comienzo del “paseo” consistía en pasar por la taberna del pueblo para comprar dos paquetes de galletas y una cajetilla de tabaco. ¡Si, si! ¡Tabaco!... que nosotras éramos muy modernas.
Cogíamos la carretera y... ¡”palante”!, hasta llegar al puente donde acudían los chicos y chicas de los otros pueblos. Allí no había cine, ni baile, no había de nada. Solo nos quedaba ver pasar la línea de pasajeros que les llevaba hasta el tren. Ya que estábamos allí, dábamos unas vueltas y nos mirábamos unos a otros con disimulo, porque comunicación entre nosotros había más bien poca. Y vuelta de regreso al pueblo, a esperar hasta la semana siguiente.
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