Sería allá por los años 70 cuando se encontraba paseando un jovenzuelo por la carretera del Puente el Arrudu a Bielva, al cual le gustaba –y le gusta mucho aún– la naturaleza. De repente, ante sus ojos, una pequeña ardilla se encontraba en apuros. Sin dudarlo un momento, se adentró en la maleza y después de mucho esfuerzo y algún que otro rajato de las bardas, consiguió hacerse con tan preciado tesoro.
La ardilla estaba un poco desnutrida y no en muy buenas condiciones, por lo que, sin pensarlo un momento, decidió llevársela a casa para poder salvarla de tan mal estado.
La ardilla fue recuperando su salud y la alegría. Pero este jovenzuelos estaba estudiando en Santander y no la podía dejar sola por lo que decidió llevársela con él. Arregló una bolsa de viaje junto a su equipaje, y allí metió a la ardilla, dejando un trocito de la cremallera abierta por donde la ardilla pudiera asomar su pequeña y hermosa cabecita.
Partieron en autobús hacia Santander. Fueron y vinieron de este modo durante varios fines de semana, lo que hizo que la ardilla se convirtiera en su mascota. Cuando llegaban a casa, el jovenzuelo soltaba a la ardilla, que se paseaba por casa y le gustaba subirse sobre sus hombros . Hasta que un día de los que andaban por el pueblo, aterrorizada por un perro salió corriendo y... fue libre para siempre.
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